Visiones de robot by Isaac Asimov

Visiones de robot by Isaac Asimov

autor:Isaac Asimov [Asimov, Isaac]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1989-12-31T16:00:00+00:00


EL HOMBRE BICENTENARIO

1

—Gracias —dijo Andrew Martin aceptando el asiento que le habían ofrecido. No tenía el aspecto de un hombre llevado a sus últimas consecuencias, pero así había sido.

En realidad, no tenía aspecto de nada pues su rostro, a excepción de la tristeza que uno imaginaba percibir en sus ojos, no presentaba expresión alguna. Su pelo era liso, castaño claro y bastante fino; no tenía rastro de barba, daba la impresión de haberse acabado de afeitar de forma concienzuda. Iba vestido de forma claramente pasada de moda, pero su ropa era pulcra y en ella predominaba un aterciopelado color rojo púrpura.

Frente a él, detrás del escritorio, estaba el cirujano; la placa que había sobre la mesa lo identificaba con una serie completa de letras y números, a la cual Andrew no prestó atención. Sería suficiente llamarlo doctor.

—¿Cuándo podrá realizar la operación? —preguntó.

—No estoy muy seguro, señor, de haber comprendido cómo y a quién se efectuaría una operación semejante —contestó el cirujano con voz suave, con aquella indefinida e inalienable nota de respeto que utilizaba siempre un robot para dirigirse a un ser humano.

Podría haber habido una mirada de respetuosa intransigencia en el rostro del cirujano, si un robot de aquel tipo, de acero inoxidable ligeramente aleado de bronce, hubiese podido presentar semejante expresión, o cualquier otra.

Andrew Martin examinó la mano derecha del robot, la mano del bisturí que yacía sobre el escritorio en completo reposo. Los dedos eran largos y tenían la forma de unas curvas metálicas que serpenteaban artísticamente, eran tan elegantes y educados que resultaba fácil imaginar un escalpelo acoplado a ellos y convirtiéndose el todo, temporalmente, en una sola unidad.

No debía de haber vacilación en su trabajo, ni tropiezos, ni temblores, ni errores. Ello era fruto de la especialización, por supuesto, de una especialización tan profundamente deseada por la Humanidad que quedaban ya muy pocos robots con un cerebro independiente. Un cirujano, como es lógico, tenía que tenerlo. Y aquél, aunque provisto de cerebro, era tan limitado en su capacidad que no reconoció a Andrew, probablemente jamás había oído hablar de él.

—¿Nunca ha pensado que le gustaría ser un ser humano? —quiso saber Andrew.

El cirujano titubeó un momento, como si la pregunta no encajase en ningún lugar de los circuitos positrónicos que le habían sido asignados.

—¡Pero yo soy un robot, señor!

—¿Preferiría ser un hombre?

—Preferiría, señor, ser un mejor cirujano, y ello no sería posible si yo fuese un hombre, sólo si yo fuese un robot más perfeccionado. Me gustaría ser un robot más perfeccionado.

—¿No le molesta que yo pueda darle órdenes? ¿Qué yo, sólo diciéndoselo, pueda hacer que se levante, que se siente, que se mueva hacia la derecha o hacia la izquierda?

—Para mí es un placer complacerlo, señor. Si sus órdenes interfiriesen con mi funcionamiento con respecto a usted o a cualquier otro ser humano, no lo obedecería. La Primera Ley, que se refiere a mi deber para con la seguridad de los humanos, predominaría sobre la Segunda Ley relacionada con la obediencia. Por lo demás,



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